Hola a todos,
Ayer celebré el Día de San Valentín por primera vez. Después de diez años decidimos que ese día teníamos que hacer algo que no hacemos nunca: ir a cenar.
Aunque parezca mentira jamás voy a un restaurante a cenar porque después de los dulces me entra un sueño que me tengo que ir a dormir.
Es cierto que yo tengo cuerda para rato pero cuando el azúcar entra en mi cuerpo, la somnolencia se apodera de mí y no hay manera: los ojos comienzan a pedir posición horizontal.
En fin, a lo que íbamos. Primero una copita de Cune en una sidrería que conocemos con una atención exquisita.
Después celebramos San Valentín en un restaurante llamado La Bámbola. No es especialmente caro ni majestuoso pero es muy acogedor. Su interior imita al de una bodega. A modo de cúpula, la sensación de estar en una cueva gigante es genial.
El menú que elegimos fue muy sencillo:
- entrantes de Provolones relleno al horno y croquetas de bacalao,
- solomillo ibérico y saquitos de jamón y queso a la carbonara
- de postre tiramisú y brownie.
La cena se terminó y por supuesto de vuelta a la rutina. De fiesta con los amigos.
El día fue bonito así que espero repetir... dentro de diez años, jiji.
Hasta pronto.